El profesor Omar Hurtado Rayugsen, con motivo del fallecimiento de la Profesora Celia Jiménez le realizó un homenaje en la Revista Tiempo y Espacio del IPC, N° 53. 2010.
SE NOS HA IDO CELIA.
El segundo trimestre del dos mil diez no ha empezado nada bien. Al romper la madrugada de su segundo día ha dejado este plano la Profesora Celia Jiménez Vicci; Celia, como era su nombre de combate y como siempre la nombraremos. La noticia que rompió nuestro noctambulesco sueño tuvo el sabor nada agradable de la tristeza. Conocíamos de sus quebrantos de salud increscendo; pero, no sabemos por qué, suponíamos que su presencia física seguiría inalterable y, como su ejemplo de mujer indoblegable, siempre nos acompañaría en el camino de las necesarias luchas porvenir.
De la Profesora Celia, así nos la mencionaban, tuvimos noticias al calor de los enfrentamientos que signaban al país durante la llamada década violenta, los inolvidables años sesenta. Se nos hablaba de una especie de ser múltiple que había luchado contra la dictadura de Pérez Jiménez, se enfrentaba al gobierno antipopular de aquellos años, formaba parte de las combativas directivas gremiales de ese entonces y, al mismo tiempo, combinaba sus entusiastas clases de historia con una eficiente labor de madre ejemplar. Frente a tal prodigio de persona, lo menos que podíamos hacer era expresar nuestra modesta aspiración de conocerla.
La ocasión se nos presentó de manera inopinada. Una tarde en el Liceo de Aplicación, cuando hacíamos las Prácticas Docentes. Frente a la ausencia de alguno de nuestros profesores guías el auxiliar nos sugirió que asistiéramos a una sesión de planificación de las actividades culturales previstas para una fecha próxima. Al entrar al salón de reuniones vimos a una dama, elegantemente vestida y muy enérgica, que explicaba el programa previsto. Lo que recordamos de ese momento es un mensaje que dirigió a todas las jóvenes que con nosotros estudiaban; más o menos les dijo: La fecha que celebramos, más allá de lo mercantilista en que la han convertido, es muy significativa para nosotras porque está referida a las luchas que hemos desarrollado para que se nos reconocieran nuestros derechos como seres humanos. Y además porque nos recuerda el papel más importante que jugamos en la historia de la humanidad: ¡toda mujer tiene que ser madre!. Del grupo sólo unas tres carraspearon y se pusieron coloradas, eran unas monjas que compartían aulas con la cohorte. Así se refirió Celia, la tarde que la conocimos, al Día de las mujeres. Tal anécdota la hemos contado muchas veces porque en ella vemos retratada a la Celia que siempre seguimos, respetamos y admiramos. En tal momento, sin saberlo, vimos actuar a una mujer que:
(1) Estaba consciente del papel de dirigente que desempeñaba. Funciones a las que nunca renunció y que le permitieron ocupar un estelarísimo papel en los diferentes frentes gremiales en los que participó. Desde el Colegio de Profesores de Venezuela hasta el Consejo de Profesores Jubilados y Pensionados de la UPEL; pasando por la Asociación de Profesores del Pedagógico de Caracas, su querida APIPC, y la APROUPEL. Por ejemplo, cuando a su juicio y el de muchos otros, esta agremiación empezó a considerar material desechable a los jubilados; impulsó la creación de la correspondiente asociación porque: estos directivos como que creen que nunca van a llegar a viejos. Y nadie va a defendernos mejor que nosotros mismos.
(2) Se identificaba con las causas más humanitarias y se diferenciaba del sentido especulativo de las relaciones. Lo que tantas veces había hecho y seguiría haciendo durante su ciclo vital. Ese era el mismo sentimiento que la llevó a renunciar a las comodidades del hogar para combatir al sátrapa de Michelena y la hizo alejarse de las bondades del gobierno para asociarse con quienes desde la insurrección pugnaban por una sociedad más justa. Por tales razones enjuiciaba, duramente, a un compañero de generación quien: Cuando lo fuimos a recibir al aeropuerto, porque supuestamente nos apoyaría, nos dejó plantados sabiendo que, aunque nos asistía la razón, no le garantizábamos los cargos que él aspiraba.
(3) Asumía a plenitud su condición de mujer luchadora. O sea, adelantándose a muchos y antecediéndolos en décadas, fijaba sin dobleces su posición a favor de los derechos del componente femenino de la humanidad y reivindicaba el insustituible orgullo de la condición de madre. Lo que en su caso era casi una redundancia, dado el carácter exigentemente maternal que caracterizó su relación con sus tres hijos de vientre: Zulima, Gustavo y Adán, los centenares de aula ylos de la vida contados por miles. De esta suerte explicamos sus palabras en la inhumación de la única Directora que el IPC ha tenido, cuando nos dijo: Entre tantas inconsecuencias, María Mercedes se atrevió a ser ella misma.
Esa puesta de sol guarda un lugar destacado en las enseñanzas que el viejo Pedagógico nos suministró. La Celia que en esa ocasión conocimos se nos fue agigantando con el paso de los años. Luego la vimos con su verbo encendido, y bien dirigido, entusiasmar a las asambleas de nuestra combativa asociación o a las convenciones del colegio. Igualmente fuimos testigos de la manera diligente como combinaba sus funciones de docente con las de ductora de las masas juveniles que, en la casona del paraíso o en las acciones de protesta, clamaban por una orientación pedagógicamente eficiente.
Más adelante presenciamos como formo parte de la Brigada Carlos Gauna que la APIC luchadora de los años ochenta envió solidariamente al hermano pueblo nicaragüense. En esa ocasión Celia respondió por las clases de Enseñanza de la Historia y de la Historia de las Relaciones Interamericanas. No hace falta que abundemos en la vigencia de este esfuerzo, adelantado por varios de nuestros camaradas de inquietudes. En Celia siempre nos llamó poderosamente la atención su desarrollado sentido de solidaridad y su gran condición humana. Nunca dio muestras de vacilación en las posiciones que asumió; por el contrario constantemente nos recordaba su impoluto compromiso con las masas y jamás hizo causa común con los que, por una causa u otra, pretendieron justificarle cualquier tipo de tropelía contra los más desasistidos. No obstante esa reciedumbre de carácter, siempre tuvo un respeto digno hacia los sentimientos humanos y hacia las creencias raigales. Testimonio fehaciente de ello lo dan sus compadrazgos y sus amistades eternas. Además de la forma, indubitable, en que asumió la defensa del derecho, que a muchos se les negaba, para ingresar al personal de planta del primer centro nacional de formación docente. En lo personal rendimos público reconocimiento a la forma decidida en que asumió la participación de nuestra fórmula en la búsqueda de las posiciones dirigenciales de la universidad. Donde justamente se encuentre sabrá que la historia nos ha dado, a ella y a nosotros, la razón.
La combatividad y la condición humanamente solidaria que siempre exhibió parecieron venirle de cuna. Eso es lo que encontramos en su obra: Entre trozos de historia… Algo de mi, (Caracas, Fedupel, 2008). En sus hermosas páginas, magistralmente escritas, Celia: la mujer, la luchadora, la profesora, la escritora, la poeta; se transfigura en una sola persona y nos presenta un sólido cuadro histórico – vivencial de los últimos quince lustros de la historia nacional. Particularmente consideramos que la lectura de este material debería ser obligatoria para quienes, desde la cátedra o del laboratorio social, aspiren profundizar sus inquerimientos acerca de la evolución cubierta por Venezuela en su pasado más reciente. Por ello, de la manera más respetuosa, recomendamos al organismo editor una difusión más generosa del referido texto.
Metodológicamente hablando, es impecable la manera como Celia nos introduce desde los avatares de su combativa cotidianidad en los intríngulis de la complicada historia política venezolana más cercana. Pero, además, lo hace sin descuidar los correspondientes llamados a las facetas económicas, sociales y culturales del extraordinario siglo veinte que le correspondió vivir. No creemos exagerar si, como lo hemos hecho con quienes compartimos sesiones docentes desde el momento de aparición del libro, lo ubicamos como un aporte significativo en lo que los especialistas de la disciplina ubican como historias de vida o, sin que sean lo mismo, historia regional.
Con estas apresuradas líneas sólo quisimos rendir un pequeño homenaje a la mujer; a quien, desde que tuvimos noticias de suyas, conceptualizamos como un ser éticamente multifacético. Cuya participación destacada en las áreas política, académica, gremial, de género y maternal se ganó el respeto y la admiración de todos aquellos que la conocimos, incluso de quienes fueron destinatarios de sus luchas frontales.
Es por razones como esta, y no por ser obra de la aleatoria casualidad que; en el libro más emblemático del personaje político al que apoyó con sus bríos juveniles, a quien luego execró de sus sentimientos más profundos y combatió pública y denodadamente, ella aparezca destacada, junto a otras grandes luchadoras por la libertad y la igualdad, como las que inauguraron una modalidad inusitada en la luchas políticas. La de encarcelar, torturar y deportar mujeres. También es destacable, para nosotros que de verdad nos dolemos de su partida; como hace menos de un año en las tierras altas de su añorado Lara otra Celia Jiménez, homónima de ella, tomara la palabra ante el Presidente de la República para defender a los olvidados maestros rurales de esa entidad. Cuando leímos esa nota de prensa pensamos en ella y recordamos sus inflamados discursos en el Patio Central, en el demolido auditorio provisional, o en los insuficientes mini auditorios. Siempre combativa. Siempre revolucionaria. ¡Siempre Celia!.
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